4 de noviembre de 2013

4 ESTACIONES

Primavera, verano, otoño e invierno. 4 estaciones, 4 oportunidades, 4 ciclos.

Tengo suerte. Siempre la he tenido. Sí, a pesar de las revisiones, a pesar del mazazo, a pesar del cáncer…  porque para tener cáncer, también hay que tener suerte. Y no hablo de la fase en que se detecta, no hablo de las sesiones de quimio, no hablo de las sesiones de radio, hablo de la manera en que te enfrentas a tu enfermedad y de la manera en que decides vivir tu recuperación. Hablo de la decisión de abrir los ojos a la vida y tomar conciencia de quien eres y de dónde estás. Hablo de tirar para adelante, de agarrarte al asiento y de pronunciar “no me moverán”. Hablo de poner buena cara a los nubarrones y decir que estás bien con voz firme. Hablo de derrumbarte para volver a levantarte una y mil veces. Hablo del miedo que espantas porque no quieres ver ni de lejos y le dices que “hasta aquí”. Hablo de todo mi equipo, el que yo ya tenía pero que tomó posiciones para ganar el partido cuando el cáncer llegó, el equipo que no me dejó caer, que me quiso, que me cuidó y me sujetó.

Hay veces que las ideas están ahí, no se sabe muy bien por qué, o como han llegado, pero están ahí. Creencias que se mantienen a lo largo de la vida, bueno, no toda y convives con ellas sin más. He asociado las estaciones del año a determinados estados emocionales y aún me pregunto de dónde ha salido semejante conclusión.

La primavera siempre me ha parecido maravillosa. Los días largos, las excursiones, el olor de primavera, los primeros días de playa, la huerta creciendo,  la luz, el sol, las flores… en primavera nació mi 2h, mi rosa de mayo.

El verano era mi estación preferida. Vacaciones, calorcito, paseos, fiestas, pueblo…

El otoño fue la estación de la tristeza, de la melancolía, en la que tocaba desprenderse de las maravillas del verano, quedaba atrás mucha diversión.

El invierno daba la opción del recogimiento fundamentalmente… con lo mal que se lleva esto en determinados momento de la vida. Mucho frío, mucha casa, mucha reunión familiar.

Reconozco que estas convicciones cambiaron cuando un verano me tocó recibir la peor noticia de mi vida, la que más me desestabilizó, la que hizo que esta estación se convirtiera en un auténtico infierno. Cambió también cuando el otoño se transformó en el momento ideal para desprenderme del horror y comenzar una intensa recuperación. Continuó cambiando cuando florecí en invierno, un cálido y largo invierno que dejó paso a una primavera que consolidó lo que había nacido al amparo del dulce frío.

Yo me siento afortunada. Quizá sea ingenua, quizá realista, quizá soñadora, quizá objetiva, quizá libre, quizá práctica. De cualquier manera, sé dónde radica mi suerte y por qué soy feliz.  Me satisface el día a día, la simplicidad, la facilidad y la rutina de la vida, cocinar, leer, charlar, escribir, preparar la ropa para el día siguiente, reciclar, recoger a los niños en el cole, observar, hacer la compra,  ir a trabajar, echarme en el sofá, callar, rodar por el suelo con mi 3h,  respirar, dormirme, amanecer un nuevo día…

Ahora no tengo una estación “ideal”. No prefiero ninguna. Todas están bien. En todas hay algo positivo, porque lo maravilloso no es lo que traen, sino lo que vivo. Salud.


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