El
otro día, una amiga se trasladaba de lugar de trabajo y sus compañeros le
regalaban una máscara con gesto triste. Reflejaba el sentimiento que dejaba en
ellos su marcha y ciertamente tenía algo especial. De cualquier manera, las
máscaras me parecen un tanto siniestras. Hay un par de ellas en la consulta de
mi dentista que miro con disgusto. Creo que no me gustan ni las reales de
cerámica ni las figuradas con las que a veces adornamos nuestras caras. Digo
adornamos porque en ocasiones son eso, poses que adoptamos para tapar lo que
realmente sentimos. Ocultamos sentimientos con toda intención y con todo el
derecho. Casi siempre nos han hecho creer que esto estaba mal y se ha tildado
de cínico al que ponía buena cara al mal tiempo o al que llevaba la procesión
por dentro. Se ha premiado el “sincericidio” lógicamente sin calibrar muy bien
las consecuencias. Ser sincero no va de la mano con la honestidad y ésta, si es
realmente importante. No, no voy a decir que no se me note nunca la
preocupación, ni mi desacuerdo, ni mi disgusto, ni mi tristeza pero trato de no
expresarla con tanta vehemencia. Procuro no ponerme máscaras, soy la que soy y
lo que siento cada vez es más mío.
En
el lado contrario están las máscaras que vas quitando a los demás. Las máscaras
que chirrían, que no te crees, que no te merecen, las máscaras que son pura
exhibición, felicidad fingida, poses forzadas, las que dicen digo donde dice Diego, las que tiran
la piedra y esconden la mano, las que vienen con exigencias, las que piden y no
dan, las que lloran por fuera y ríen por dentro, las que erigen el dedo
acusador, las que son lobos con piel de cordero. Las cosas suelen tener un
camino no exento de rodeos o atajos, según opciones, pero cuando miramos de
frente casi todo tiene una única postura. Dice mi padre que un “paisano se
viste por los pies” y aunque adornemos, justifiquemos o interpretemos a nuestro modo conductas de los
demás, lo que es, es.
Hoy, 12 de julio de 2014, dos años después de
aquella terrible tarde que aún permanece muy viva en mi recuerdo, me doy cuenta
de que la que estoy más viva que nunca soy yo. A pesar de que puedan
considerarse tópicos frases del tipo “mi vida ha cambiado”, “todo tiene otro
valor” o “soy capaz de disfrutar más” todas ellas son ciertas. Dos años me han
servido para vivir más intensamente y lanzarme a mi propia conquista, para abrir los ojos y contemplar lo que tenía delante,
para quitar las máscaras propias y las ajenas. Salud.